Adela y el muerto
Lo mordió apenas verlo, ¿por qué no hice caso de esa señal? Quizás a causa de los mezcales que me había guardado entre pecho y espalda al calor de la cháchara. Habíamos pasado una tarde-noche tan a gusto, echando el chal en la cantina.
Hablamos de la vida, de su reciente divorcio, de cómo su ex-mujer se había afanado tanto en tener un hijo y ahora que el niñosaurio había crecido y era insoportable, lo mantenía lejos de sí tanto como le era posible. Hablamos de política, de amigos en común y trabajo.
Llegó la hora de volver a mi casa, todavía iba a pasear a mis perras. Se ofreció a acompañarme y dije sí; después de todo, teníamos siglos de conocernos y había dejado estacionado su auto a la vuelta de mi calle. Además él es un tipo forzudo y grandotón, su contextura me dio seguridad en la madrugada, “será como caminar con un guardaespaldas”, me dije. Nos fuimos del lugar arrastrando los pies y la humanidad hasta mi puerta.
Cuando entramos, llamé a las perras para salir a la calle, “no toques a la grande”, previne, pero no hizo caso, pretendió acariciarla y dijo que no era grande (lo era en relación a la otra, que es apenas un pedacito de perro). Manifestando su desacuerdo, Adela le atravesó la mano de una dentellada. Mientras el tipo se aseaba la herida saqué a mis perras al baño y, cuando regresé, me ofrecí a acompañarlo hasta la puerta.
“¿Puedo quedarme en tu sillón?”, preguntó, “no recuerdo dónde dejé mi coche”. Respondí que sí y chiflé llamando a las chicas para dormir. Adela hizo un nido rascando las hebras de su mullido tapete de lana, Micaela brincó y se formó un ovillo sobre el edredón. Cerré la puerta de mi habitación para darnos privacidad, me aseé la cara y clavé el pico.
Habían pasado un par de horas cuando sentí un gran peso, como si se me hubiera subido el muerto. No parecía un avance sexual, el tipo se había dejado caer en la cama como si yo no estuviera entre él y el colchón.
Empecé a removerme tan rápido y fuerte como pude, su cuerpo desmayado sobre las cobijas me aplastaba. Logré sacar la cabeza y agitándome como gusano, grité que se fuera en ese mismo segundo, “pero hace frío” alcanzó a balbucear limpiándose las babas “y creo que dejé mi cartera y mis llaves en la cantina”, “me vale una chingada” le dije abriendo la puerta y arrojando sus zapatos hacia la calle.
Unas semanas después, hablamos por un asunto de trabajo, me preguntó si podía pasar a mi casa por ciertos documentos. Le respondí que había perdido ese derecho cuando se metió en mi habitación y en mi cama sin mi consentimiento. “¡Pero cómo!”, me respondió pretendiendo hacerse el ofendido. Pero cómo no, ricurita desubicada.
Me gustaría decir que esta es la única vez que alguien se ha pasado de la raya conmigo o que esta fue la peor, pero mentiría. Esta la cuento porque conmemora a mi perra, que se fue hace poco más de año y a la que no he podido llorar de forma apropiada porque tras su partida nos cayó el chahuistle.
Adelita justiciera, gracias por dejarle al Muerto la mano como coladera.