Correctores anónimos
Mi mamá tenía muchas aficiones, una de sus favoritas era golpear gente. Logró bajar sus revoluciones cuando la muerte la rondaba; antes de eso, dedicó muchos años a “corregir”, pues así le llamaba al acto de romperle la cara a las personas.
Ya siendo una experta en el arte de las correcciones, se enamoró de un caballero que era muy bueno para bailar, jugar dominó y pegar (dicho por él mismo), así que se juntaron el hambre con las ganas de comer y nació esta pareja de émulos de Chuck Norris.
“Corrígelo”, decía mi mamá como quien da una orden a una manada de dingos hambrientos. Ahí iba su galán, le pegaba dos trompones a quien fuera y después pedía explicaciones.
Cada tanto había nuevas historias sobre diferentes descontones. ¿Alguien se les cerraba con el auto? Lo corregían, ¿alguien les gritoneaba en el mercado?, en mala hora. Nunca lo escuché, pero me imagino que la gente los veía pasar y decían “mira, ahí van ese par de madreadores, no los voltees ni a ver.”
Un día, mi mamá y su novio fueron al súper y alguien le pegó a él en el talón con el carrito de las compras, haciéndole perder el equilibrio. En lugar de disculparse, se rió y continuó haciendo su recorrido por el supermercado sin saber lo que le esperaba a la vuelta de la esquina.
El par letal siguió al tipo hasta la sección de vinos, donde lo acorralaron, le pusieron la madrina de su vida y lo amenazaron con rajarle la carótida con una botella rota. “Lo corregimos”, me dijo ella en tono triunfal. Yo no podía cerrar los ojos ni la boca de estupor.
“Esto tiene que parar”, les dije, asumiendo el rol de madre de mi madre. No podían andar por ahí, civilizando a la gente a mandarriazos y se acercaba el día en el que alguien les regresaría el correctivo con un revólver.
Los dos miraron el suelo con actitud de niños regañados. Dudo que hayan parado, si acaso dejaron de contarme sus andanzas hasta que mi mamá fue corregida por el linfoma de Hodgkin.
No he vuelto a hablar con él desde que mi madre dejó este mundo. He sabido que sigue extrañándola mucho (es de esperarse, después de una vida juntos), me imagino que no tiene con quién jugar dominó, bailar y corregir gente.