Destellos creativos
Ella contuvo el aliento cuando vio a su hijo de cinco años mostrándole con orgullo su primera obra, un intrincado mural realizado con crayolas y plumines sobre el instrumento antiguo de maderas preciosas que el célebre lutier Martin Skowroneck había construido justo para ella y con el que daría un concierto esa misma semana.
Se quedó congelada en el umbral de la estancia, meditando su siguiente movimiento. Los ojos francos de Juan Sebastián, quien aguardaba su reacción, la hipnotizaron.
Con la boca entreabierta eligió cada palabra y cada gestión. Antes de hablar alisó su ceño, relajó los hombros y descruzó los brazos. Sabía que con el siguiente enunciado sellaría el destino del niño, quien le dio la espalda un momento para darle los últimos toques a su mural.
Luisa Durón dejó salir el aire que había retenido en el pecho hasta ese momento y con vos efusiva le dijo: “¡Es precioso, hijo! Muchas gracias por adornar mi clavecín.”
Escribí este relato como parte de los trabajos para el proyecto XX Grupo Scanda, editado por Jorge Varela y coordinado por Carlos Sánchez de Lara en el 2015. Fui invitada por este último para entrevistar a los artistas cuya obra y biografía se incluyó en el libro y como resultado de cada interacción, escribí un pequeño relato acerca del acto creativo.
Como parte de esta aventura, compartí el proceso con Maru Sánchez de Lara, quien redactó las biografías y con el propio Carlos Sánchez de Lara, que coordinó toda la realización. Aprendí mucho de persona que entrevistamos; la historia con la que abro forma parte de la infancia del artista plástico Juan Sebastián Barbera.
La anécdota detrás del relato responde a la pregunta: ¿Cuál es la historia de tu primera obra? Lo que encontré extraordinario es que su madre, la reconocida clavecinista mexicana Luisa Durón, no lo tundió a golpes cuando descubrió que Juan Sebastián había pintado sobre su delicado instrumento, sino que celebró el hecho, le tomó fotos al mural, las enmarcó y exhibió con orgullo.
Este gesto resultó definitivo para el resto de la vida del niño, quien ahora es un reconocido creador y se gana la vida pintando y diseñando.
La historia me pareció conmovedora porque sé que no es frecuente que los gestos creativos encuentren buena acogida en sus entornos. Tan importante es la valentía de crear como la de abrazar la creación de otros; este primer gesto puede resultar, tal como en la historia de Barberá, disruptivo. No disruptivo en el sentido descafeinado que en realidad quiere decir “cool”, sino en el sentido schumpeteriano de la destrucción creativa.
A veces, el acto creativo, destruye. Si logramos sobreponernos al supiritaco inicial y a la imperiosa necesidad de recompensa rápida, quizás hagamos espacio suficiente para que algo nuevo florezca.