El viaje de la edición científica
Hace 34 años comencé mi aventura en el mundo de las revistas. Mi amiga Verónica Velázquez y yo hicimos un fanzine llamado Afín, acrónimo de algo que en aquel momento nos parecía muy importante y que ahora no recuerdo.
Publicábamos colaboraciones sobre música, libros y otras cosas que nos interesaban. Verónica ya manifestaba su gran talento como profesional de las industrias creativas (años más tarde se graduó como interiorista), así que dibujaba la portada y diagramaba los interiores mientras yo conseguía y seleccionaba las colaboraciones. Después sacábamos copias y distribuíamos el tiraje entre nuestras compañeras (estábamos en el Colegio Motolinía, entonces de puras mujeres). Hicimos cuatro o cinco números, los suficientes para entender que aquello era un trabajo colosal.
Pasados los años, esa aventura editorial se convirtió en mi destino. Siendo asistente de investigación en la UAM-X, me adscribí al proyecto de Lauro Zavala, quien en el 2000 fundó la revista El cuento en red. Estudios sobre la ficción breve, publicación en la cual colaboré como asistente editorial por un lustro.
Este proyecto fue digital desde su nacimiento, pero eran los albores de Internet en México. El contenido de la revista era arbitrado y este proceso se realizaba de manera analógica: teníamos un apartado postal en el cual se recibían los dictámenes que después eran enviados al autor, quien después hacía las correcciones a su texto, nos enviaba de regreso el material y así hasta el infinito. Recuerdo con nostalgia esos tiempos de trabajo artesanal aunque agradezco que ya no haya que perder tanto tiempo en esa faena de por sí engorrosa.
Después de El cuento en red, me incorporé al equipo de la hoy revista de culto Planeta X, que en su tiempo ganó la beca Edmundo Valadés para publicaciones periódicas independientes. Recuerdo que el director se empeñaba en que cada número tuviera un contenido escrito increíble y con un diseño memorable (tan solo la tipografía había sido creada por la hoy institución del diseño Nacho Peón, ex profeso para la revista), así que me sentía privilegiada de formar parte del equipo.
Gracias a Planeta X asistí a premieres de cine, fiestas y lanzamientos. El equipo estudiaba muy bien a qué eventos acudir, a dónde comer, en qué antros departir, con quiénes socializar y un largo etcétera que regulaba de manera estricta la vida de nuestro entourage. Fue una época agridulce en la que aprendí sobre las revistas, las personas y el mundo digital. Todo se fue a la mierda cuando la Edmundo Valadés se renovó y el director decidió gastar la plata en otras cosas. Adiós Planeta X.
Después edité la revista Ser de Piel, órgano de divulgación de la Sociedad mexicana y latinoamericana de pelo. Como teníamos un presupuesto microscópico, todas mis amistades desfilaron por la portada y los interiores. Las fotos las hacía el gran Cristian Zarabozo y el diseño corría por cuenta del hoy extinto despacho Pictograma.
Con esta revista ejercí por primera vez como editora en jefe y me tropecé sobremanera. Antes de conformar a un buen equipo, besé a varios sapos editoriales y nunca logré que el proyecto fuera rentable. A pesar de que la calidad del contenido era bueno y aprendí mucho sobre dermatología, eventualmente le dije adiós a Ser de Piel.
Con esta experiencia a cuestas me fui a trabajar una década a la Embajada de Chile en México, donde editamos el boletín Navío Avizor, publicación periódica cuyo contenido se enfocaba en las necesidades de los exportadores interesados en enviar productos silvoagropecuarios o pesqueros al mercado mexicano. Publicamos varios números decorosos y después complementamos este contenido con un canal de YouTube, una suerte de Khan Academy para nuestros usuarios. Logramos llegar lejos por el empuje del entonces Consejero Agrícola, quien de forma constante se preguntaba cómo generar contenido útil para los usuarios de nuestra red.
En el 2013, llegué a CENTRO. Como parte de mis labores al frente de la Coordinación de investigación debía promover la producción y la difusión de los contenidos académicos, de manera que fundé la colección de divulgación Cuadernos del CIEC y la revista científica Economía Creativa, proyectos que a la fecha continúan con la colaboración de Graciela Kasep y Eduardo Álvarez, coeditora en jefe y editor asociado, respectivamente.
El primer número de Economía Creativa se publicó en el 2014. El grueso del contenido fue elaborado por mis estudiantes de la Maestría en Estudios del Diseño. Tuve la suerte de que esa generación estuviera conformada casi por entero por profesores con trayectoria profesional, cierta experiencia en investigación y muchas ganas de contribuir en este proyecto, de manera que empezamos con el pie derecho. La gran Cecilia León de la Barra elaboró la imagen de portada y a los artículos de los estudiantes se sumaron las colaboraciones de la escultora Edna Pallares, el analista de tendencias Gustavo Prado y el filólogo Diego Sheinbaum.
Para la sección no arbitrada solicité una reseña de 3000 palabras y el autor me mandó 300. El texto refería al libro Planetaria, del autor de ciencia ficción Gerardo Sifuentes. Para complementar la colaboración me eché el libro (que es maravilloso) y entrevisté a Sifuentes, a quien después invité a dar clases en la especialidad en Diseño del Mañana. Este fue el primero de muchos casos en los que Economía Creativa me brindó la ocasión de conocer a personas formidables.
Estamos por publicar el número 16 de la revista y ya preparamos el número 17 en coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana. Por sus páginas han pasado plumas consolidadas y plumas nóveles que han aceptado el reto de comunicarse con los códigos de la ciencia. Pertenecemos a índices y repositorios nacionales e internacionales y mantenemos un estricto proceso de evaluación doble ciego entre pares. A ocho años de su fundación, podemos decir que Economía Creativa cuenta con una comunidad y ofrece un territorio propicio para establecer redes y nodos de conocimiento alrededor de las industrias creativas, la innovación social y la prospectiva.
Al mirar hacia atrás, reconozco el puente entre Afín y Economía Creativa. Los retos que debemos sortear (seleccionar el contenido, mejorar los textos, diseñar la publicación, acompañar a los autores, cumplir con los tiempos, agregar valor a la institución) no son tan diferentes, si acaso las condiciones de producción y el número de integrantes del equipo, que ahora abarca más especialidades que cuando Vero y yo, apenas con cierta intuición y mucho entusiasmo, publicamos el primer número del fanzine.
La emoción de poner cada número en circulación tiene el sabor de la primera vez: cada entrega es un viaje.