En la escuela con sus señorías

Karla Paniagua R.
4 min readFeb 6, 2022

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Hace más de una década, cursé el primer año del Doctorado en Ciencias penales del INACIPE. ¿Cómo llegué ahí? Esa es la cuestión.

En aquel entonces tenía una relación con un reputado experto en Derecho penal internacional y nuestra vida juntos se estaba yendo a la verga. Diría Laurence J. Peter que, en lo concerniente a nuestra organización, habíamos alcanzado nuestro máximo nivel de incompetencia.

Me interesaba hacer un doctorado y en el programa de Antropología de la UNAM me habían dicho que no tenían interés en el estudio de la interacción amorosa mediada por dating sites (Match, OK Cupid, Ashley Madison, etc.) porque eso no era un fenómeno cultural (siq.), así que dejé ese proyecto en el horno para madurarlo más y me propuse explorar otros temas.

Mi entonces pareja era investigador del INACIPE y me sugirió explorar el programa doctoral del Instituto. Frente a nuestra crítica situación, encontré que sería una oportunidad para acercarme a su mundo y abatir la creciente brecha entre nosotros. Bajo su dirección de tesis me propuse analizar la facultad de investigación de violaciones a los derechos humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, consignada en el Artículo 97 constitucional. Para ello, analizaría discursivamente las versiones taquigráficas de casos ejemplares como los de Aguas Blancas, Atenco y Lydia Cacho.

Cabe hacer notar que esta polémica facultad fue transferida a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en el 2011; cuando inicié la investigación (2008) ya se escuchaba ese runrún en los pasillos. La facultad en sí misma era un objeto de estudio relevante, más aún los casos vinculados a su ejercicio.

Total, por las razones equivocadas pero con genuinas ganas de aprender, comencé las clases.

Me había formado previamente en otro centro público de investigación, el CIESAS, por lo que hacer un posgrado y participar en seminarios conducidos por grandes mandarines me entusiasmaba. Mis vecinos de pupitre eran jueces, magistrados y expertos en seguridad pública o privada, por lo que el contraste en el lenguaje y el ambiente era grande en relación al mundo que yo conocía. Para no errar, a todos por igual les llamaba “su señoría”.

Llegó el primer coloquio en el que debía presentar avances. Había comenzado con el caso de Lydia Cacho y mi examen preliminar arrojaba que la Corte no había enunciado claramente el objeto ni las reglas de la investigación, cuyos resultados eran (al menos discursivamente hablando) flojos como el resorte de mi ropa interior.

Mis profesores en el Instituto tomaron en serio mi dicho y me alentaron para seguir diseccionando el corpus, llevando más lejos mis averiguaciones. El resultado de esta primera pesquisa fue publicado en el número 61 de la revista Metapolítica, bajo el título “La ausencia de las palabras. Lydia Cacho y la SCJN”; la zambullida en el entorno de las ciencias penales puede notarse en mi escritura.

Al término de ese ciclo, aún tenía una montaña de materiales por procesar y la estrategia de análisis no estaba pulida. La tarea de trabajar con todo el contenido de las versiones taquigráficas manualmente no era viable, necesitaría automatizar una parte del proceso y conseguir o desarrollar una solución de software para normalizar los datos y generar frecuencias.

Entonces, mi relación terminó. Me quedé sin pareja y sin director de tesis al mismo tiempo. Mis verdaderos motivos para hacer el posgrado se volvieron fosforescentes e imposibles de ignorar. Sin ese vínculo afectivo de por medio, el proyecto se me desinfló y solicité mi baja temporal del programa para recuperarme y sopesar si estaba en condiciones de seguir adelante.

Antes de que concluyera mi tiempo para decidir si volvía al INACIPE, conocí el programa doctoral que finalmente elegí para desarrollar el proyecto sobre el discurso de las representaciones del deseo en Internet que había dejado en el horno. Lo desempolvé, lo reestructuré y presenté una propuesta ultra mejorada como investigación para mi tesis.

En el programa doctoral de ICONOS apliqué muchos de los conocimientos y las herramientas que adquirí siendo estudiante del INACIPE (y naturalmente, del CIESAS y de la UAM-X, donde hice la licenciatura). Todas esas armas ninja forman parte de mi arsenal hasta la fecha.

El cerebro es como un composta: ningún material que deposites allí se desperdicia, eventualmente todo eso hará que algo más florezca. “¿Y para qué me va a servir?”, preguntan algunos estudiantes frente al material que tienen que leer para la clase, como críos frente a un plato de verduras.

“Anda, te hará bien”, les digo. Tanto como a mí me hizo bien aquel año con sus señorías.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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