Mis muertas

Karla Paniagua R.
2 min readOct 29, 2021

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Mariana es el nombre de mi hermana.

Yo era una niña cuando ella llegó y se fue casi de inmediato. Era una bebé frágil, el pronóstico para su desarrollo era reservado.

La recuerdo en su cunita, silenciosa y prohibida. “No la toques”, “no te acerques”, decía mamá. Pero curiosa como soy, escalé los barrotes, la abracé, la puse en la cama y le di su biberón, que estaba en el buró. Mi mamá entró a la habitación y le dió el soponcio. Con tres años, yo había sacado a la bebé de la cuna (escalando los barrotes de ida y vuelta) y Mariana tomaba su leche plácidamente.

A las pocas semanas, mi mamá salió corriendo con la bebé en brazos; me dejó encargada con Uri, nuestra vecina (para efectos de la historia su nombre no es relevante, pero así se llamaba, pues).

Llovía y llovía. Mi mamá me contó lo sucedido unos años más tarde. Fue a buscar a su hermano, que vivía cerca de nuestra casa, la niña había broncoaspirado y agonizaba. Mi tío la bautizó con agua de lluvia; Marianita se despidió así nada más, sin llegar a decir sus primeras palabras, sin haber caminado, ni tropezado, sin que nadie le haya roto el corazón y sin haberle roto el corazón a nadie, excepto a quienes la conocimos brevemente.

Su paso por este mundo fue tan corto, que no constan huellas de su existencia. Ninguna foto, ninguna invitación de bautizo, ningún mechón de cabello. Solo este boquete en el ánimo.

Mariana y su madre, María Eugenia, son las muertas de mi altar.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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