Pikachu y Wittgenstein

Karla Paniagua R.
3 min readDec 30, 2021

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Cuando los invitados llegaron a mi casa, nos delataron los ojos de alcancía y el ataque de risa. Con lágrimas rondando por nuestras mejillas, señalábamos el servilletero, que ellos miraban sin comprender. “El Pikachu, El Pikachu”, fue lo único que logramos articular en un buen rato.

“Las esposas” es el nombre del escuadrón para el fin del mundo que Cristina, Selvia y yo fundamos como grupo de estudio en la Maestría en Antropología social del CIESAS.* Aquel SWAT resultó tan efectivo, que extendimos la membresía a todos los aspectos de nuestras vidas, transformándola en una amistad que perdura hasta la fecha.

Éramos solteras, cada quien vivía en su casa y cuando no estábamos trabajando, ideábamos encuentros para ir al karaoke, explorar restaurantes nuevos o beber tragos coquetos. Entre una cosa y la otra, teníamos una vida social muy agitada, tanto que me agoto nada más de recordarlo.

La cosa es que en mi cocina guardaba un servilletero pirograbado que le había expropiado a mi mamá junto con un montón de cosas que me llevé de su casa cuando me fui a vivir sola, cosa que me dediqué a hacer bien y bonito durante muchos años.

Los ahijados de mi jefa habían hecho esos recuerditos para un bautizo, eran unas cabañas con techo de dos agüitas, zaguán, ventana y un pequeño balcón. La mía vivía sobre el refrigerador y la ponía en la mesa cuando tenía visitas. La gente solía mirarla con curiosidad, cosa que yo disfrutaba.**

La tómbola de la vida decidió que en un huevo Kinder Sorpresa, un Pikachu del tamaño de un dedal llegara a mis manos. Lo deposité sobre el refrigerador, a un lado del servilletero de abatelenguas. Ahí seguía cuando estos hechos ocurrieron.

Cristina y yo tendríamos una cita doble con unos príncipes que rondaban nuestros castillos. Habíamos tomado clases para hacer sushi tradicional y queríamos sorprenderlos con nuestras nuevas habilidades. La preparación era muy elaborada, así que conseguí un toque y nos lo dimos para inspirarnos. “Creo que no me pegó” fueron nuestras famosas últimas palabras.

Estábamos en medio de la faena para preparar la cena de cuatro tiempos, cuando Cristina se detuvo a contemplar el servilletero sobre el refrigerador. Miró absorta la cabañita y después el Pikachu. Y después la cabañita. Y después el Pikachu. Entonces hizo un movimiento maestro: tomó el Pikachu y lo depositó en el balconcito del servilletero. La proporción era perfecta.

Haciendo arqueología, encontré las recetas de lo que preparamos aquella vez. Imaginen estas delicias (y sí, la maestra Katsuko escribió “azúcal”).

Cristina me miró sastisfecha con su obra. Nos partimos de risa. Pikachu también sonreía desde su balcón, “gracias, adoro mi nuevo hogar” parecía decirnos. Estábamos hasta el culo de pachecas.

Cuando los invitados llegaron, puse el servilletero sobre la mesa, con todo e inquilino. En principio intentamos comportarnos con naturalidad (lo que sea que eso signifique), pero no lográbamos hilar una frase completa y aún más tarde, cuando pudimos contarles la historia de cómo es que Pikachu había llegado a la casita, ellos nos miraban con horror.

Pikachu vivió muy feliz en su balcón por muchos años, hasta que un día se mudó, imagino que a una casa más grande. Al paso del tiempo, la cabaña tuvo que ser demolida a causa de ciertas fallas estructurales.

Cada tanto, las esposas nos decimos, como se dicen las parejas que han transitado por mucho juntas, “¿te acuerdas de cuando viajamos a tal?”, “¿te acuerdas de cuando te rompió el corazón X?” y con la historia del Pikachu volvemos a reír hasta las lágrimas. Qué rica complicidad, qué rico juego del lenguaje, diría nuestro tío Wittgenstein.

*Mucho debo decir al respecto de este distinguido grupo, como que originalmente éramos cuatro, luego tres, luego otra vez cuatro, luego tres y actualmente somos cuatro, pero eso es motivo de otra entrega, ¿qué digo otra? Muchas entregas más.

** Viví muchas aventuras con la familia que confeccionó amorosamente ese recuerdo de bautizo, de manera que no solo me parecía bonito, sino que era un símbolo importante.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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