Zanahorias musicales

Karla Paniagua R.
4 min readAug 5, 2020

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Karla Paniagua

Lo mejor que teníamos era el nombre: Zanahoria virtual, S.C. No sé de quién fue la ocurrencia, pero me gustaba esa jiribilla en la razón social. Me invitó un compañero de trabajo, yo era joven y estúpida. Ya se me quitó lo joven.

Vale decir que en ese tiempo trabajaba como ayudante de investigación, mi ingreso mensual era de $900.00 pesos mexicanos (U$39.77) y aunque ambigua, esta iniciativa representaba una oportunidad para aprender y ganar algo de dinero extra. La invitación me halagó sobremanera y dije que sí inmediatamente.

El objeto social de la S.C. estaría relacionado con la cultura digital y era el principio del milenio, de manera que había mucho por hacer en un territorio descampado. La definición de las actividades era tan amplia que podríamos vender tamales en el portón como parte de nuestro plan de trabajo. La onda era postular a un fondo concursable con un proyecto que los organizadores del cuento ya tenían listo, yo no entendía bien cómo estaba la jugada pero sonaba a que podía ser interesante, “¿qué puede salir mal?” dijo ella, toda idiota.

En lugar de invitar a unos pocos colaboradores con suficiente capital, los socios optaron por llamar a una bola de miserables (yo incluida) para que cada uno pusiera un poquito de dinero. No había mesa de juntas que nos alcanzara. Algunas de esas personas eran miserables en el sentido de tener poco dinero pero mucha capacidad para agregar valor (ideas, trabajo, energía); otras eran miserables del tercer tipo, como se verá después.

“Sigamos adelante, veamos cómo generar ingresos”, dijo quien había armado el argüende. A estas famosas últimas palabras volví durante los dos años que administré la S.C., pues ese fue el rol que desde el inicio me propusieron ejercer y que con alegría primero y resignación después, desempeñé. Por supuesto no teníamos visión, ni plan de trabajo ni una chingada: éramos un puñado de personas con buenas intenciones, cada quien jalando para su chante.

Organizamos una tocada de ambient y otra de ska, ¿qué demonios tiene eso que ver con la cultura digital? Una de las socias se encargó de difundir las tocadas llamando a todos los periódicos (¡estamos hablando de los albores de Internet!, no había redes sociales en las cuales anunciar ni madres). A la hora de sacar cuentas quedamos tablas. Bravo.

En calidad de administradora azuzaba al contador, amigo de los socios. Cobraba una fortuna por una contabilidad hecha con las patas; sus honorarios se pagaban con un minúsculo fondo armado con el 5% que la sociedad retenía cuando se lograba ingresar una factura por concepto de asesoría en desarrollo web o cursos de cómputo, pero cuando no había plata yo ponía dinero de mi bolsa para financiar el “trabajo” de aquella persona que no me daba confianza.

Uno de los socios me pidió una factura en blanco, se la di y me tomó una eternidad recuperarla. La siguiente vez me negué: “no te puedo dar una factura en blanco, mándame los datos, la preparo y te llevas la original, además debemos retener los operativos, bla bla bla”. Por supuesto, me volví muy impopular al intentar poner cierto orden con los modos de lija que me caracterizan.

La gota que derramó el vaso fue una nueva tocada. El equipo me pidió que me ocupara de la promoción, le pedí ayuda a mi socia para que me facilitara sus contactos en los periódicos: “pues tú busca la información”, dijo. Me quedé de una pieza, preguntándome qué significaba para ella estar en la misma sociedad.

Las tensiones continuaron hasta que nos mandamos a la mierda; nadie tenía dinero para disolver la sociedad ante notario y por supuesto, nadie quería saber de las responsabilidades fiscales que después de todo YO HABÍA ASUMIDO POR IDIOTA.

Mi primera decisión importante después de la separación fue deshacerme del contador y contratar a una experta que me cobró hasta la risa, me explicó por qué la contabilidad estaba patas arriba, me dio dos sopapos y luego un abrazo, puso todo en regla y suspendió las actividades de la S.C. ante el SAT.

Unos años después coincidí con uno de mis todavía socios, “ya hay que arreglar eso de la Zanahoria virtual, ¿no?”, me dijo con tono chacotero. Me limité a poner cara de Conde Sardonicus y me alejé flotando.

Hace unos pocos años me invitaron a Fuck Up Nights y hablé de todo, menos de Zanahoria Virtual. Debí haberlo hecho para alcanzar cierta expiación, pero supongo que el dolor y la vergüenza que me producía este fracaso no me dejó siquiera pensarla como una posible historia para contar, hasta ahora.

Lamento que nuestras fallas hayan reventado los vínculos humanos, lo que no lamento es todo lo aprendido. Ahora tengo claro que cuando una sociedad está despegando no se puede aportar tan poco, no me subo en trenes cuyo destino desconozco y procuro no meterme en proyectos en los que las personas no están en condiciones de agregar valor (comenzando por mí). También aprendí mucho sobre cultura digital, administración y organización de tocadas.

Hace unos poquísimos años mi esposo (que es músico), me compartió su interés en hacer un concierto con su banda de aquel entonces. “¡yo te ayudo a armarlo!” le dije con entusiasmo.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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