¿Por qué no fui monja?

Karla Paniagua R.
4 min readJan 4, 2023

--

Fui becaria en el Colegio Motolinía desde primero de primaria hasta sexto de preparatoria. Las Misioneras de Jesús sacerdote me formaron, acompañaron y ofrecieron un territorio dónde florecer.

No tengo una historia terrible acerca de mis años en la escuela, todo lo contrario. En el Moto me formé para la vida, comencé a escribir poemas y cuentos; ahí también conocí a queridas amigas que conservo hasta la fecha.

Probando, probando

En esos años aprendí que la vida religiosa era interesante, pues las Misioneras no son monjas de clausura ni tienen votos de pobreza: dirigen un negocio, dan servicio a personas menos favorecidas, conducen vehículos, viajan, juegan al voleibol, tejen, dan clases y muchas cosas más.

Por esos años, mis tías hicieron una coperacha para que yo pudiera asistir al Centro Bíblico Apostólico (CBA), organización civil dedicada al estudio de las sagradas escrituras, como su nombre lo indica. Después de mis clases regulares, iba al CBA a estudiar la misa, los salmos, los pecados, las virtudes y demás asuntos de interés católico.

Cerca de concluir el bachillerato experimentaba (como todo el mundo a esa edad) un gran deseo por noviar, así que en mi lógica de estudiante del CBA, lo que correspondía era hacer el noviciado para andar con dios, ni más ni menos. A ver si el poder divino me apagaba los ardores que me consumían a toda hora.

Por esos días también empecé a plantearme ciertas interrogantes que no encontraban respuesta en la religión. Mi amiga Cristal González me había compartido algunos libros de metafísica que me estaban volando los sesos y la duda empezó a germinar en mi cabeza: ¿realmente iba por ahí la cosa?

Llegó la fecha para el examen vocacional con el que las Misioneras sondeaban a las posibles interesadas en abrazar la vida religiosa. Para ese momento yo ya era clienta frecuente de todos los servicios disponibles: comulgaba diariamente, me atormentaba con la culpa, realizaba un apostolado sabatino en un orfanato, acudía a misa al menos dos veces por semana y me confesaba por lo menos una.

El examen de conocimientos para diagnosticar la vocación fue pan comido para mí. Mi mamá era catequista y me había ayudado a repasar todo lo aprendido en el CBA, así que estaba sobrecalificada. Después vino la prueba en el noviciado, que consistía en asistir a una serie de retiros, mantenerse en oración y esperar una señal divina.

Una de las hermanas nos explicó que, para abrazar la vida religiosa, era indispensable recibir una señal, que podía bien ser una mosca en la pared, una aparición sobrenatural o una palabra clave en boca de alguien conocido: el corazón reconocería el llamado si una estaba lista para atenderlo.

Pues la pinche señal nunca llegó.

Sintiéndome un fiasco, acudí a mi padre confesor para compartirle que el telegrama de Dios no había sido recibido. El padre Guillermo se rio y me dijo: “¿para qué quieres ser monja?”, “para irme de mi casa y trabajar como profesora”, le dije sin darle vueltas.

“Para eso no necesitas abrazar la vida religiosa, ¿no te das cuenta de que ese es tu verdadero llamado?”, me explicó. De súbito, todo parecía transparente y ordenado. El sacerdote me dijo que si más adelante recibía EL OTRO LLAMADO, las hermanas me estarían esperando para iniciar el aspirantado: “creatura, tú necesitas vivir en el mundo y ser independiente antes de tomar una decisión tan radical”, me dijo antes de despedirnos.

Después entré a la universidad, leí El dosel sagrado. Para una teoría sociológica de la religión de Peter Berger, me pasaron otras cosas que cuento acá, me perdoné por lo vivido y, poco a poco, fui sintiéndome cómoda con la idea de no creer en ciertas cosas que había dado por sentadas durante años.

Ardens et lucens, el lema del Motolinía

Dejar de practicar no fue cosa sencilla. Mi mamá puso el grito en el cielo en el que había perdido su membresía por tener una hija monja. A mi hermano no había logrado catequizarlo, así que él tampoco sería su gallo: si quería colonizar una parcela celestial, tendría que ser por méritos propios.

La hermana mayor de mi madre es la persona más santa que conozco de primera fuente. A ella nadie le presume lo que es dar de comer a los hambrientos o lavar las llagas de los enfermos. Un día me armé de valor y le dije que ya no me sentía bien acompañándola a misa porque no compartía sus creencias y me parecía poco irrespetuoso fingir.

Ella me respondió que dios nos hizo libres para hacer lo que se nos pegue nuestra reverenda gana y que el día que yo quisiera la comunidad católica volvería a recibirme con alegría. Ese día no ha llegado.

A veces juego con la idea de que mi llamado se perdió en el correo y un día aparece, ya que los tiempos del Servicio Postal Mexicano son misteriosos.

¿Qué tal si ese día fuera hoy?

--

--

Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

No responses yet