¿Por qué soy un conejo?

Karla Paniagua R.
4 min readMar 9, 2022

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Hace unos pocos días conversaba con mis estudiantes sobre procesos escriturales y alguien me preguntó si he escrito acerca del acoso sexual. Respondí que aún no, pero que tenía un testimonio qué compartir acerca del acoso y el abuso. Con motivo del Día internacional de la mujer pongo sobre la mesa algunos recuerdos, no en orden de ocurrencia, pero sí en cierto acomodo que me hace sentido.

Valga decir que tengo miedo de manera permanente. Si estoy en un lugar público me mantengo alerta, si voy en un taxi, aseguro todas las puertas y me siento tensa hasta que llego a mi destino: soy un conejo y el conejo no era arisco.

Cuando era joven, iba y venía de la universidad en microbús. Una tarde cualquiera, puse los brazos cruzados en el respaldo de enfrente y sobre esa almohada provisional recargué la cabeza para dormir. Me despertó el tacto de una mano que sobaba mis pechos. Cuando me incorporé, el dueño de la mano se había perdido entre la multitud. No supe ni cómo sentirme.

Tampoco supe cómo sentirme aquella vez que, en una barra de café, un tipo se puso detrás de mí, rozándome el trasero con el pene. Me di la vuelta y lo empujé. El dependiente le preguntó qué sucedía, el hombre dijo “no sé qué le pasa a esta loca”. Los dos me vieron fijamente, salí del establecimiento sin esperar el vuelto. Más tarde me encontré con unos amigos (un hombre y una mujer), les conté lo sucedido y él dijo “eso no pasó, eres una paranoica”. Su reacción me dejó turulata y doblemente agraviada.

En otro momento sucedió que, en un autobús, yendo de visita familiar con mi hermano, dos supuestos pasajeros nos asaltaron. Uno de ellos puso una navaja en la garganta de mi hermano y me manoseó. Recuerdo el terror de saber que podían lastimarlo y la vergüenza de que viera cómo me tocaban.

Estando en la secundaria, durante un viaje con compañeras de la escuela, bajamos a la piscina para pasar el rato. Algunas personas estaban jugando golfito al lado de nosotras y me acerqué para curiosear; el señor que prestaba los bastones me preguntó si quería jugar, acepté. Se ofreció a enseñarme a hacer el swing y, de paso, me tocó los senos y las nalgas. Mis compañeras atestiguaron los hechos, jamás olvidaré la culpa que sentí por ir a jugar en traje de baño.

Siendo una adulta, camino a casa después de una fiesta, un tipo en automóvil se apeó y se ofreció a llevarme, “yo te voy a cuidar”, repetía. Empecé a gritar que no, que se fuera, pero él insistía. Un conocido que venía de la misma fiesta se dio cuenta de lo que pasaba, gritó mi nombre y se ofreció a acompañarme, lo cual ahuyentó al fulano. En ese y otros vecindarios, lo mismo en el día que en la noche, diferentes hombres me metieron la mano, me preguntaron cuánto cobraba y me gritaron palabras que desoí para seguir viviendo.

En un andén del metro, mientras leía y esperaba el transporte, un tipo me grabó los calzones sin que me diera cuenta. Alguien más se acercó para alertarme, la situación me tomó desprevenida y me dio un ataque de pánico. Al llegar a la oficina le conté lo ocurrido a mi jefe, quien dijo “pues es que a quién se le ocurre traer esa falda”.

Con siete años, mi mamá me mandó al dentista. El dentista me besó en la boca y me dijo que era una malcriada cuando le grité que no lo hiciera. Le conté a mi madre lo ocurrido, me mandó a la psicóloga, a quien reseñé con detalle los hechos y le dejé muy claro que ese infeliz “solo” me había besado; omití que otro hombre que rentaba una habitación en nuestro apartamento también me había besado y abusado sexualmente en más de una ocasión, “si hicieron un escándalo con lo del dentista, no me imagino qué harán si se enteran de lo otro”, recuerdo haber pensado.

Años más tarde, cuando le confesé a mi madre lo ocurrido, ella se sintió muy culpable. Nos repartimos el paquete de la culpa y no denunciamos al agresor.

Con cada beso, fricción y tocamiento no solicitado, la mujer se refugió en un agujero profundo de donde salió este conejo. Sé bien que lo que me sucedió no es excepcional ni lo peor que puede pasar: las mujeres de este y otros países son agraviadas de muchas maneras y no todas viven para contarlo.

Comprendo el enojo y la frustración. NO ES PARA MENOS, CON UNA CHINGADA.

Alguna vez escuché a un poeta decir “¿qué harías si no tuvieras miedo?”, me estremecí hasta las lágrimas: sería persona de nuevo.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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