Taquitos de papel

Karla Paniagua R.
2 min readJan 31, 2022

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“Me dicen Jennifer, pero nací bajo el signo de Herman. Este no es el cuerpo que debería tener”, así me dijo la persona que tenía frente a mí mientras arrancaba una hoja de su cuaderno. Vestíamos el uniforme del colegio de monjas (falda tablones y chaleco azul marino, camisa y calcetas blancas, zapatos negros con traba). Yo tenía siete años y era la primera vez que escuchaba algo así.

Estábamos en el patio chico de la escuela, cerca del lobby. Cada quien esperaba a su respectiva madre al término de las clases. Era tarde, el patio estaba casi vacío. Herman hizo rollito la hoja y le dio una mordida.

Abrí mi lonchera, saqué la salsa Tabasco que mi mamá me había puesto para los pepinos del recreo, se la ofrecí. Le puso unas gotas a la hoja, hizo una pelotita, la arrojó en su boca, se la comió y sonrió sin enseñar los dientes. Para mí era suficiente, di nuestra amistad por sellada.

En clase no hablábamos, cada quien se sentaba en un extremo diferente del salón. Nuestros encuentros ocurrían después de clases, cuando esperábamos a que vinieran a recogernos. Durante ese pedazo de eternidad, inspeccionábamos la tierra en busca de caracoles, arrancábamos flores de la enredadera del patio chico y las poníamos adentro de nuestros taquitos de papel con salsa Tabasco.

No me pregunté los porqués ni los cómos. A veces, me descubría perdida en los ojos azules de Herman. Yo no había aprendido a nombrar esos sentimientos.

Al año siguiente no volvió al colegio. Teníamos siete años: no había correos, ni teléfonos, ni direcciones de por medio.

Pasó el tiempo. Ya en secundaria, ocurrió el milagro de que me dieran permiso de ir a una noche colonial en el colegio. Me puse mis mejores trapos y ahí andaba, perdida entre la gente. Entonces, encontré los ojos azules de un muchacho tremendamente guapo que fumaba mirando en su torno, como cazando algo.

Iba con un pantalón negro, camisa, corbata y tirantes. Me sonrió, no supe si porque me había reconocido. Quise acercarme y decir “hola”, pero solo me quedé paralizada, la cara roja como un betabel.

Llegó una ola de gente y se lo llevó. No volvimos a vernos.

A veces, cuando mi afán por entender los porqués y los cómos me atormenta, vuelvo al patio chico y conjuro a Herman.

Hoy preciso de unos buenos taquitos de papel con mucha, mucha salsa.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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