“Nomás me falta la tesis…”

Karla Paniagua R.
8 min readAug 18, 2021

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Una matriz con los resultados de 3 años de trabajo, ¿me darán un grado a cambio de este Excel?

Hasta el día de hoy, he escrito 3 tesis y 1/3. La primera de ellas fue un desastre redondo, como supongo corresponde a la primera vez de muchas cosas que valen la pena. Fue una tesina en colaboración con otros compañeros de la generación 1993–1997 de la Licenciatura en Comunicación social de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, en el área de concentración de video documental.

Aquella tesina es el ejemplo que suelo usar de todo lo que no debe hacerse en un trabajo terminal.

Un viaje de tambores

En mi alma máter no se les pide a los estudiantes que escriban composiciones acerca de la vaca para, en la recta final de la carrera, exigirles una tesis que no están preparados para escribir. No señora, en la UAM se realiza investigación documental y de campo desde el primer trimestre. Pese a ello, cuando vino la hora de la verdad, no habíamos alcanzado nuestro punto de cocción y el producto final no fue el esperado.

El tema de la investigación era la danza mexica contemporánea, asunto sobre el cual aprendí mucho (nomás faltaba que no). Hicimos observación participante durante varios meses, documentamos diversos rituales y exploramos las visiones, creencias y prácticas de los danzantes de la Ciudad de México.

Por cierto, en aquel momento nadie me había aclarado la diferencia entre una tesis y una tesina. Nos lanzamos como pollo sin cabeza pensando que la única diferencia entre una y otra era la extensión. ¿Así o más perdidos? Por eso le llamo tesina a este documento que pudo haber sido una tesis, pero tampoco llegó a serlo.

Volvamos al campo. Recuerdo de forma especial una gran danza en el Zócalo por el natalicio de Cuauhtémoc que congregó a miles de personas vestidas de blanco, moviéndose al unísono alrededor de un corazón con ofrendas de fruta, copal y tambores: “madre mía, ¿cómo voy a explicar todo esto?”, me pregunté. Lo solucioné de manera muy económica, omitiendo por completo el asunto.

Nos propusimos explorar la relación entre los rituales de la danza contemporánea y la identidad de quienes participaban en el performance, pero nos quedamos perdidos en el viaje de los tambores. La cereza del pastel llegó cuando imprimimos la investigación y le llevamos su ejemplar a los informantes.

Teníamos una compañera especialmente floja que nos prestaba su casa para las reuniones y hacía el café. Ella había conseguido al más importante de los entrevistados y se ofreció a ocuparse personalmente del vínculo; después de desaparecer algunas semanas, regresó con una transcripción (nunca le pedimos el audio) muy similar a un panfleto que me habían regalado en el Zócalo.

Aunque parezca increíble, pensé que él era el timador. No tuve el sentido común para darme cuenta de que mi compañera había transcrito el panfleto para hacerlo pasar como el testimonio del entrevistado y cuando le entregamos el documento, casi nos lo pone como supositorio: “yo no dije esto, si se enteran mis compañeros podrían quitarme la capitanía del grupo”, fue lo último que le escuché decir antes de darse la media vuelta, dejándonos patidifusos.

Con ese descalabro final coroné mi desencanto por la tesina y por esa miserable persona que pudo graduarse sin haber hecho más que el café (que le quedaba feo, por cierto).

Descifrando códigos visuales

Ingresé a la Maestría en Antropología social del CIESAS, que forma parte de los posgrados de excelencia del CONACYT, porque aprobé los exámenes y la entrevista; los evaluadores también tomaron en cuenta el hecho de que había realizado una investigación sobre un tema relevante para la antropología mexicana. Esto es, el horrible trabajo terminal que guardaba en el armario, como quien esconde un cadáver, me había dado un empujón hacia el porvenir.

Para exorcizar mis demonios, en esta nueva acometida me propuse hacerlo mejor. Comencé diseñando una pregunta de investigación pertinente, porque la de mi primer trabajo había sido farragosa (algo así como “¿cómo se desarrolla la relación entre el ritual de la danza mexica contemporánea y la identidad de los danzantes?”).

Para la tesis de maestría me propuse estudiar Nanook el esquimal (Robert Flaherty, 1920), El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1928) y Crónica de un verano (Jean Rouch y el caegordista Edgar Morin, 1961). Al principio, pretendí demostrar que todo documental es, en cierto sentido, una ficción. Al revisar la literatura especializada, me enteré de que los expertos en cine documental tenían muy claro este hecho, así que por ahí no iba el asunto si quería decir algo nuevo.

Bajo la paciente dirección de Víctor Franco, exploré otra interrogante: ¿cómo construye cada uno de estos documentales su verdad antropológica? Así, analicé las tres películas con el método del decoupage, despejé la pregunta y viví un montón de aventuras que narro en el libro El documental como crisol. Análisis de tres clásicos para un documental de la imagen, editado por el CIESAS y la Universidad Veracruzana.¹ Lo escribo fácil, pero ese camino no fue lineal y me tomó varios años después de concluidas las clases.

De esta tesis y el libro en el que se convirtió, me siento orgullosa. Estos productos no hubiesen sido posibles sin su antecesora, la hermana innombrable que guardaba en el sótano.

1/3 de tesis

Para la investigación del doctorado que comencé en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, propuse estudiar la hoy extinta facultad de investigación de presuntas violaciones a los derechos humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pensaba lograrlo con base en el análisis discursivo de las versiones estenográficas de ciertos casos emblemáticos (Aguas Blancas, Acteal, Lydia Cacho, entre otros asuntos facilitos). Aunque el proyecto se antojaba muy retador, mis motivaciones no eran las correctas y desistí de continuar al término del primer año. Ya había diseñado el corpus y redactado 1/3 del manuscrito, además los seminarios me permitieron aprender tácticas samurais que a la fecha utilizo y enseño.

En este periodo, publiqué el artículo “La ausencia de las palabras. Lydia Cacho y la SCJN” en la revista Metapolítica (2008). Aunque no llevé a término la tesis, la experiencia resultó crucial para lo que vino después.

No es un libro de autoayuda

Llegué al Instituto de Investigación en Comunicación y Cultura con las ínfulas de quien ya hizo el trabajo más importante y solo viene a recolectar su título. Me las bajaron rapidito, por fortuna.

En esta ocasión, realicé un estudio sobre las representaciones del sujeto en Internet; ¿qué dicen acerca de la cultura las declaraciones visuales y escritas de las personas que buscan pareja a través de plataformas digitales?, ¿qué códigos visuales y escritos se usan para referir a la propia persona y al ser deseado?, me pregunté. Y para responder estas preguntas acudí a la semiótica, la curaduría de datos y la gestión de grandes conjuntos de información (big data) como armas ninja.

Escribir esta tesis fue un lujo. Investigué con densidad y minucia, con suficiente tiempo (entregué tarde la tesis, otra vez). Cuando creí que las cosas ya estaban bien hechas, mi directora Tere Carbó me dio dos sopapos y me mandó de regreso a arrastrar el lápiz. Analicé de manera artesanal primero y con la colaboración de un experto informático después, un corpus de imágenes y declaraciones escritas acerca del amor y el deseo. Di tumbos, cometí errores, como corresponde a una investigación en forma y tuve descubrimientos que esta vez no me reservé. Toda la historia se cuenta y se aprovecha como oportunidad para conocer.

El resultado final fue “Busco pareja, ¿es demasiado pedir?” Un estudio sobre las representaciones del deseo en internet (Río Subterráneo), que tiene título de libro de autoayuda, pero no lo es (si lo fuera, probablemente estaría escribiendo esto desde mi isla privada). El libro tiene sus detalles, pero no tengo duda de que es el mejor estudio que he hecho hasta el momento.

Escribo estas líneas porque comenzaré un nuevo seminario de tesis y comprendo a quienes se enfrentan a este reto en grado o posgrado. Sé por lo que están pasando, no solo porque lo he vivido en carne propia, sino porque he acompañado a muchas personas en este grandioso proceso de curiosear de manera sistemática y descubrir.

Considera que:

  1. Hay muchas formas de trabajar en la tesis, no necesariamente escribiendo. Hacer fichas de trabajo, imaginar que te entrevista Joe Rogan, hacer mapas mentales, elaborar listas de bibliohemerografía, participar en foros de discusión sobre tu tema, asistir a un ciclo de conferencias, ver una película relacionada con tu asunto, todas son contribuciones útiles para el proyecto.
  2. Para hacer la tesis, es ineludible pensar. Se requiere tiempo de reflexión sin distractores: las respuestas que buscas están en tu cabeza. El tiempo que dediques a pensar debe ser denso, sagrado, sin otros estímulos más que tu propia corriente de pensamiento. A la antigüita, pues.
  3. A lo largo de la investigación, debes generar subproductos. Escribe un artículo, dicta una conferencia (en un congreso de grandes mandarines, no solo en el coloquio de tu escuelita, bebé), presenta un póster científico. Expón tu pensamiento y recibe retroalimentación experta para mejorar el manuscrito.
  4. ¡La elección del/la director/a de tesis es crucial! No tiene que ser una persona famosa, pero sí alguien que tenga muchas más horas de vuelo que tú y que comprenda en profundidad tu pregunta de investigación. Lo más importante es que se comprometa a leerte en tiempo y forma. Leer y retroalimentar los avances es mucho más importante que tener muchas sesiones de mentoría: de nada te servirá ser dirigido por alguien importante si va a poner a sus minions a que revisen tu manuscrito.
  5. No te propongas escribir una tesis, sino un libro, una serie de conferencias o un artículo de investigación. Produce una obra que pueda interesarle a alguien que no te conozca.
  6. No importa cuánto tiempo la hayas puesto en pausa, aún puedes terminar la tesis. De las tres que he hecho, dos las entregué tarde en relación a los tiempos institucionales (y la primera la entregué a tiempo, pero ya te conté en qué condiciones). Toma impulso, sácala del cajón y TERMINA ESA PINCHE TESIS, CON UN DEMONIO, ¿o quién manda aquí?

Como colofón, comparto estas recomendaciones que preparé durante mi colaboración como Sherpa digital de Microsoft en el programa Innovacción virtual. Encontrarás el video aquí.

Las personas interesadas en cualquiera de mis libros o en pedir ayuda para su tesis de grado o posgrado, pueden escribirme a kpaniagua@centro.edu.mx. Si la tesis no corresponde a mi campo del conocimiento, te ayudo a ponerla en manos de alguien que pueda asistirte.

¹ El libro incluye un CD de tiempos milenarios con los clips que se analizan, cuidadosamente editados por Fabien Castro. Ahora comparto los clips vía Google Drive para los lectores que así lo soliciten.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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