Postales tristes

Karla Paniagua R.
5 min readAug 20, 2020

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Karla Paniagua

San Jerónimo (1999)

Había desafiado a mi madre al irme de viaje sin su permiso (en todo caso, ya estaba muy grande como para seguir pidiendo permiso); por otro lado, el hombre al que según yo adoraba en ese entonces acababa de decirme que amaba a alguien más y no iría a la playa conmigo.

Nunca antes había viajado sola. Llamé por teléfono al Cachi Parisi para pedirle que me acompañara: “si esto es importante para ti y ya te echaste el tiro, sé valiente y vete sola” dijo, probablemente desde el sofá que años más tarde me heredaría. Esta declaración fue un gran regalo: puedo verme en cámara lenta colgando el teléfono de la cabina y subiendo al autobús rumbo a Guerrero. Todo el camino fue de una tristeza sin fin: en el vaso de mi alma se licuaban el temor a las represalias de mamá, la pérdida de mi amante, el sabor del primer viaje bajo mi cuenta y riesgo.

Al llegar a Playa Paraíso fui a lo de Clemente y Mariana. Me advirtieron que debía cuidarme porque un extraño merodeaba las tiendas de campaña por las noches; “ojalá que me visite”, les respondí intentando hacerme la valiente. Lo cierto es que sí, un extraño me visitó.

Estaba colocando la tienda cuando un italiano con rastas llegó a ofrecerme ayuda, le respondí que no. Me observó instalar la tienda mientras se fumaba un porro. Un año después nos comprometimos para casarnos, pero esa es otra historia.

Edimburgo (2005)

Fui con Javier (mi ex) para conocer la ciudad de su alma máter, Aberdeen. Llevábamos bajo el brazo un escrupuloso plan de viaje que él había diseñado. Comenzamos en Londres, terminamos en Edimburgo. Visitamos todos los museos, castillos y pubs posibles.

La privacidad en el uso del sanitario me resulta prioritaria (¿habrá a quien le dé igual ser escuchado?). Cuando llegamos a Escocia, caímos en cuenta que el hostal al que llegamos tenía un baño ultra compartido y la cara se me empezó a derretir de ansiedad. Él se puso furioso, se había esmerado mucho en la preparación del viaje y le frustró mi reacción.

Yo pesaba 42 kilos y cada pequeña cosa de la vida ordinaria me representaba un gran esfuerzo. Los días se me escurrían entre ser perfecta en todo (lo que sea que en aquel entonces entiendiera por ser perfecta), resistir el hambre y laxarme en soledad.

Peleamos, él se fue a buscar un hostal con un baño medio compartido, ya que uno para nuestro uso exclusivo estaba fuera de nuestro presupuesto. Yo me quedé en la habitación, evaluando la posibilidad de regresar sola a México. Recuerdo estar en la cama sintiendo que el mundo se me venía encima, con el colon y el corazón destrozados.

Indiana (2014)

Fui a un seminario de estudios del diseño en la Universidad de Purdue. En ese entonces pasaba por una crisis financiera maciza. Sin dinero para pagar un taxi ni datos en el celular, esperé tres horas afuera del aeropuerto, rogando porque la camionetita de la Universidad me rescatase.

Empezó a obscurecer. Hacía frío. “¿Y si no viene?” Me pregunté. Recuerdo sentirme inundada por una pena del tamaño de West Lafayette. La camioneta apareció, pero mi hotel no le quedaba en la ruta, la conductora se apiadó y me dejó lo más cerca que pudo, en un camino no apto para peatones.

Logré llegar al hotel y registrarme. Caminé hasta el Walmart más cercano para comprar comida y una botella de vino. No me vendieron el vino porque no llevaba identificación de ciudadana estadounidense y no hubo manera de que la cajera y la supervisora comprendieran que, siendo turista, mi identificación oficial era el pasaporte #PorqueUS. Desistí del intento cuando amagaron con llamar a la policía. Lloré de regreso al hotel.

París (2015, principios)

Acudí a un congreso de la Asociación Europea del Diseño. Mi madre había fallecido días antes y yo acababa de romper con un parisino (peor aún, él había roto conmigo). Esa primavera, París no pudo ser más guapa, más trágica, más cliché.

Me hospedé muy cerca de Notre Dame. Atendí el congreso puntualmente, obvié todos los espacios de socialización con los demás ponentes y el resto del tiempo anduve por ahí, escondiéndome en el Bobo y pateando latas en las calles.

Cierto marfileño se molestó mucho porque no me aprendí su nombre la noche que pasamos juntos. Le pedí que me zarandeara con fuerza y lo hizo a un punto tal que zafó la puerta de la ducha. Al día siguiente, ya con la puerta corrediza y mis sentimientos en su lugar, pude decirme: “parece que estoy en duelo.”

Santiago (2015, mediados)

Fui a trabajar con Tito Echeverría, quien en ese entonces estaba al frente de la Fundación para la Innovación Agraria. El taller salió bien, pero mi corazón rechinaba sin motivo aparente. Estaba barajando la posibilidad de irme a vivir a Chile o a Costa Rica, huir del país o del planeta en la primera oportunidad.

Después del trabajo me fui a almorzar a Las cabras. Mientras me zampaba un completo en la barra, el tipo que estaba a mi lado se fue de espaldas. Su cráneo se estrelló contra el suelo como un huevo. Todos nos quedamos patidifusos hasta que alguien reaccionó y se acercó para asistir a Humpty Dumpty. Pagué la cuenta a toda prisa y me alejé de la escena para no estorbar.

En esos ayeres usaba extensiones en el pelo. Creyendo que acicalarme me subiría el ánimo, entré a un salón de belleza. La dependienta nunca se había topado con una (mala) cabeza como la mía y me dejó hecha una ruina. Con ese nido sobre los hombros, me metí en el primer bar que encontré. Sentada frente a la barra, esperando que un chardonnay me reconciliara con el mundo, me declaré oficialmente un ser extraviado con todo y nido.

Me tomé el chardonnay, me arranqué las extensiones y me fui a un asado en casa de Tito. Ahí estaban su esposa y sus hijos, los compañeros de la Fundación, los amigos chilenos, todos sonrisas y abrazos. Yo navegaba entre la gente sintiéndome extraña.

En algún punto de la noche, el anfitrión me preguntó si estaba enamorada. Así, sin cortapisas. Y así, sin cortapisas, supe que en efecto estaba enamorada de alguien, que ese alguien estaba lejos y me sentía triste porque lo extrañaba.

El mundo pareció más ordenado, le mandé buenos pensamientos a Humpty Dumpty, sonreí y deseé como nunca estar de vuelta en casa.

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Karla Paniagua R.
Karla Paniagua R.

Written by Karla Paniagua R.

Coordinadora de estudios de futuros y editora en centro.edu.mx

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