Una corbata para unirlos a todos
Cuando mi hermano decidió casarse, mamá no pudo acudir a la boda por razones de salud. Me dio una cajita con regalos para los novios e hice entrega del contenido la noche previa a la ceremonia, apenas arribé a la bretaña francesa.
Para la novia, una virgen de Guadalupe. Para el novio, una corbatita de clip, de colores estridentes y tan pequeña que hasta un niño podría usarla. “No piensas usar eso en la boda, ¿verdad?”, dijo la novia en un francés afectado. “Por supuesto que sí, es un regalo de mi madre”, respondió él; asentí para cerrar la pinza. Y así, la corbata fue usada con todo orgullo aunque a la novia le dio el soponcio.
De regreso a México visité a mamá para mostrarle las fotos y contarle todos los pormenores de la boda, “¿qué trae puesto tu hermano?”, me preguntó señalando con horror la corbatita. “Pues el regalo que le mandaste”, respondí sorprendida.
Mamá no podía salir de su azoro. Me explicó que esa era la corbata que Alonso había usado en su graduación de la primaria y había decidido enviarla como recuerdo de su infancia, jamás pensando en que fuera a usarla en su boda (ni en ninguna otra ocasión).
A lo largo del tiempo hemos vuelto a la historia de la corbatita como parte de nuestra mitología familiar. En ausencia de nuestra madre es un recuerdo que nos une y nos hace sonreír.
De unos años a la fecha, es común que Alonso y yo viajemos para pasar las navidades juntos, ya sea de su lado o de mi lado del océano. Este año no ha sido posible por ese acontecimiento de impacto global que bien conocemos.
Ahora mi hermano es un señor divorciado y felizmente enamorado de una nueva compañera. La familia de su novia lo invitó a pasar las fiestas con ellos, así que me envió una foto para el recuerdo. La pareja luce feliz, pero no es eso lo que más me conmueve…